No hay edad
para ir al circo. Nos encanta su magia, su mundo tan lleno de fantasía, sus
colores, su música, todo es distinto a lo que vemos diariamente en nuestra
vida. Es por eso que grandes y chicos, jóvenes y adultos, fuimos al circo, y
nos encontramos con un espectáculo variado, con los típicos números de
malabaristas, acróbatas, trapecistas, payasos y magos. A partir de la
prohibición de la participación de animales, surgió con toda fuerza el
espectáculo de baile, con gran cantidad de bailarinas ataviadas con hermosos
trajes.
Tengo dos
cosas para destacar del espectáculo, según mi punto de vista: por un lado, me
encantó el payaso, que evidentemente no habla nuestro idioma, pero con gestos
muy claros logró mantener la atención y la risa de los espectadores. Y a su
vez, el mago, con un idioma español que a las claras mostraba las tonalidades
de su largo recorrido por el mundo, fue capaz de asombrar con la aparición y
desaparición de personas y objetos inesperados.
Lo que debo
criticar, y aclaro que yo estaba sentada muy lejos de ese lugar, es la
peligrosidad para los espectadores ubicados en el palco, que se vieron bajo el
trapecio y los artistas que se hamacaban sobre sus cabezas sin ninguna clase de
red que atemperase una probable pero no imposible caída. No creo que eso sea
correcto, pienso que había una de dos opciones: ubicar las hamacas voladoras en
otro espacio, o no vender entradas en aquel lugar, lo que para el circo
significaba aceptar la presencia de menos espectadores, pero de ese modo, no
arriesgar a tanta gente, que dependía de la destreza o la suerte de los
acróbatas.
Fuera de
estas consideraciones, que para mí son fundamentales porque hacen a la
seguridad de las personas, fue un espectáculo muy bien armado y atractivo.
Por Celia
Munich
Para
Lauetmo Prensa